Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


913
Legislatura: 1881-1882 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 12 de noviembre de 1881
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 45, 962-964
Tema: Contestación al Discurso de la Corona

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Ya ven los Sres. Diputados la razón que tenía el Gobierno para no intervenir en estos debates.

Las pocas palabras que ayer tuve la honra de dirigir al Congreso, más que en contestación, como protesta a algunas que había pronunciado el Sr. Martos, le han puesto en el caso, a su entender, de hacer otro discurso tan extenso como el primero; pero se creyó el Gobierno en el deber de no dejar pasar sin contestación ciertas apreciaciones que hizo el Sr. Martos, y faltó con ese motivo a su propósito. Para que no siga el debate en los términos en que se ha planteado, porque todas esas cuestiones pueden venir después a su tiempo y ser discutidas con completo desembarazo, yo no voy a hacer ahora más que rectificar ligeramente algunas de las ideas que me ha atribuido con error el Sr. Martos, porque repito que yo no quiero entrar en el debate, y mucho menos quiero pelear con S. S.; no vengo hoy a pelear con nadie.

Yo siento que al Sr. Martos le molestaran algunas de las palabras que yo pude pronunciar ayer, sobre todo al final de mi corta peroración. No las dije con intención de ofender a S. S., pues si hubiera sabido que eso pudiera ofenderle en lo más mínimo, no las hubiera dicho, y si a S. S. le han ofendido, las doy por retiradas, y las retiro. (El Sr. Martos: No, no.) Pero a mí me importa hacer constar que esas palabras las dije con todo género de salvedades; y como son breves, voy a leerlas, para que vea el Congreso que no se ha quejado con razón el Sr. Martos.

Dicen así: "?protestando al mismo tiempo de otras del Sr. Martos, que por la ocasión en que las dice, por decirlas con ciertas reticencias, con cierta intención, con cierta habilidad, con ese ropaje con que S. S. las ha vestido, no me parecen oportunas. Su señoría, que tiene mucho valor, mucho talento, muchos medios, puede guardar esos conceptos para cuando estén justificados ante la opinión por la justicia que combata; porque de otra suerte, aun contra la voluntad de las intenciones y el deseo de S. S., pueden aparecer como baladronadas de la impotencia. "

No se puede hablar con más cortesía, ni protestar de una manera más suave de ciertas frases que no podían pasar en silencio en una Cámara monárquica, ante el Gobierno de un Rey y ante el país monárquico. ¿Qué menos podía yo decir? ¿De qué se queja, pues, el Sr. Martos?

Y volviendo a la otra cuestión, S. S. cree que le he tomado por tabla para combatir al Sr. Moret. ¿Por qué había yo de combatir al Sr. Moret? ¿Pues no recuerda S. S. que las manifestaciones con que le acogía la mayoría eran también del Gobierno? Pues qué, ¿cree S. S. que las manifestaciones de la mayoría eran solamente por la forma elegante y simpática del discurso del señor Moret? No era eso sólo; que si eso sólo fuera, así hubieran sido recibidas las palabras de S. S., que no son ni menos brillantes ni menos elocuentes que las del Sr. Moret. Las manifestaciones que salían espontáneamente de todas partes, de los bancos de la mayoría y del Gobierno (y extraño mucho que habiéndolas visto salir de estos bancos encarnados, no las haya visto salir del banco azul), eran por la venida del Sr. Moret y sus amigos a la Monarquía; y si S. S. hubiera hecho esas mismas declaraciones, ¿hasta dónde no habría llegado el entusiasmo de esta mayoría y del Gobierno? Yo no lo sé, pero quizás no hubiera cabido en el espacio que encierra este recinto.

¿Cómo no habíamos de recibir con cariño y con entusiasmo ese movimiento impulsado por el patriotismo de ese grupo democrático que viene a ayudar con su valioso apoyo a la Monarquía española? No; nadie lo agradece más que la mayoría y que el Gobierno; pero el Gobierno se había propuesto hacer aquí lo que hizo en el Senado. Yo que me había encargado de resumir el debate en esta Cámara, guardaba la ocasión de darle la bienvenida; pero entre tanto, ¿qué más bienvenida que la que todos juntos le hemos dado con las manifestaciones ruidosas y de entusiasmo con que fueron recibidas las declaraciones del Sr. Moret? ¿Cómo no dársela, cuando ese es el resultado de la política del Gobierno, y cuando es uno de los resultados que el Gobierno deseaba con más ansia, y que ve con gran satisfacción ya realizado? Pero además, señores, yo pensaba hacerlo aquí de la misma manera que lo hice en el Senado, donde a pesar de que mi distinguido amigo y compañero el Sr. Ministro de Fomento al ter- [962] ciar en el debate pendiente a la sazón dio la bienvenida a esa fracción democrática en el acto de hacer la declaración, lo hice yo al resumir el debate, si no con palabras tan elocuentes como las del Sr. Albareda, al menos con frases tan expresivas y cariñosas, porque tanto entusiasmo como sentía mi distinguido compañero, sentía yo y sentía todo el Gobierno, y no podía menos de manifestarlo.

En mis palabras no ha habido, pues, ataque al señor Moret; en donde ha habido ataque al Sr. Moret es en las palabras del Sr. Martos; del Sr. Martos, que al pedir cuenta del movimiento de ese grupo democrático hacia la Monarquía, nos decía lleno de unción: "No sé si saldrá bien el ensayo; creo que saldrá mal, porque la democracia es incompatible con la Monarquía. " Y a renglón seguido añadía: y como la Constitución de 1869 es esencialmente democrática, la Constitución de 1869, que en su evolución levanta como bandera, es también incompatible con la Monarquía; o mejor dicho, la Monarquía es incompatible con la Constitución de 1869. Eso se deducía claramente; pero no sólo se deducía eso, sino que lo han dicho muchas veces los que pertenecen a la escuela del Sr. Martos.

Señores, la Constitución de 1869 ha sido bandera nuestra mientras ha sido Constitución del Estado y hasta que otra legalmente la ha sustituido. Pero, francamente, una bandera que pudo ser nuestra, cuando la veo acogida por todos los enemigos de la legalidad, y la veo acogida precisamente porque la creen incompatible con la Monarquía, yo la debo mirar con alguna desconfianza; y la debo mirar también con alguna desconfianza, porque desgraciadamente los hechos vienen a probar algo de la incompatibilidad de esa Constitución con la Monarquía. Señores, fue nuestra bandera la Constitución de 1869; lo fue, y yo lo dije ayer con completa sinceridad, también la mía; porque aun hecha en virtud de una transacción, en la cual ya sabe el Sr. Martos, si recuerda los acontecimientos, que yo no entré de buena voluntad, aun hecha en virtud de una transacción, yo respeté la fórmula de transacción mientras la Constitución subsistió; y es más, hasta que esa fórmula ha sido por otra reemplazada; que si no, hubiera seguido respetándola.

Pero la verdad es que dentro de esa fórmula, y subsistiendo la Monarquía, esa fórmula era el término de la transacción; porque los monárquicos exigimos a los entonces republicanos que nos admitieran la Monarquía, y en cambio nosotros a ellos les admitiríamos los derechos individuales tal y como ellos quisieron. Por eso transigimos; porque queríamos traer, entonces como hoy, todos los elementos del país en rededor de la Monarquía. ¿Pero de qué manera cumplieron luego con la Monarquía? Ella que había sido base de la transacción, desapareció, y con esa Constitución y contra ella misma, con sólo variar un artículo, apareció la República. ¿Dónde está ya la transacción? Sin embargo, yo, tan respetuoso con las Constituciones, cualesquiera que ellas sean, mucho más si son o han sido bandera de mi partido, la seguí respetando, y cuando vino otra situación, cuando vinieron otras Cortes y quisieron hacer otra Constitución, me opuse con todas mis fuerzas a que la Constitución de 1869 desapareciera, porque defendíamos nuestros antecedentes.

Pero desde el momento que otra Constitución fue hecha y promulgada, el partido constitucional, que era un partido serio, que no quiere que cada partido tenga la pretensión de ir al poder con una Constitución debajo del brazo, porque no hay cosa que más perturbe al país que el que cada partido tenga como programa una Constitución distinta; el partido constitucional, repito, hecha y promulgada la de 1876, dijo: no es nuestra Constitución, pero ya es Constitución del Estado; bienvenida sea. ¿Prescindimos por eso de la Constitución de 1869? No. Allí están nuestros principios, que dentro de la Constitución de 1876 hemos de desenvolver en toda su latitud.

Sí, la legalidad vigente es para nosotros, y no puede menos de ser, la Constitución de 1876; pero la Constitución de 1869, que fue nuestra bandera, ha quedado como el índice de nuestros principios; allí vamos a recoger los que hemos de desenvolver dentro de la ley fundamental vigente, por medio de leyes complementarias. ¿Dónde hay aquí contradicción, ni en el partido constitucional, ni en el Gobierno, ni en mí? Es verdad lo que decía el Sr. Martos; ciertas individualidades del partido constitucional, y yo una de ellas, proclamamos que teníamos como programa la Constitución de 1869; porque en ella, aunque en nuestra opinión, imperfectamente confeccionada, estaban nuestros principios, pero es verdad también que la opinión de esas individualidades, como mi opinión misma, ha quedado subordinada a los acuerdos del partido y a la conveniencia de que se cierre de una vez y para siempre el período constituyente. No han de tener los partidos la pretensión de llevar una Constitución cada vez que sean llamados al ejercicio del poder; porque el país donde esto suceda, es un país ingobernable.

Señores, en esta nación ha habido dos grandes calamidades: una inmensa, que era una gravísima enfermedad que tenía postrado al país, que era el sistema de los pronunciamientos. Este sistema afortunadamente ha concluido. Y la otra calamidad era la manía de las Constituciones: cada partido quería tener la suya, dando como resultado que no había medio de que los partidos se entendiesen y entrara el país en una vida normal; y cuando la Nación no entra en un régimen ordenado y permanente, no hay libertad, ni orden, ni crédito, ni nada. Así es que si por el número de Constituciones se hubiese de juzgar de la felicidad de un país, España lo sería más que ningún otro, pues ningún pueblo encontraréis que haya tenido más Constituciones; me parece, si no estoy equivocado, que desde la de 1812 son ocho las que España ha tenido.

Por consiguiente, lo que conviene es entrar en la vida moderna, en la vida práctica; no dar tanta importancia a si una Constitución la hizo el partido A o el partido B; aceptar una Constitución mientras en ella se desenvuelvan los principios e ideas arreglados al criterio del Gobierno que rija los destinos del país; y si la constitución andando el tiempo fuera un valladar insuperable al desenvolvimiento de alguna reforma exigida por la opinión pública, entonces con tranquilidad, con sosiego, con reposo, se propone la modificación de la Constitución, a fin de hacer desaparecer ese obstáculo al desenvolvimiento de aquel principio reclamado por la voluntad del país (Aplausos); y si no se hace esto, todo será inútil, estaremos continuamente tejiendo y destejiendo. (Bien, muy bien.)

En efecto, si ahora por simpatías hacia la Constitución de 1869, y no obstante haber aceptado nosotros con sinceridad la de 1876, volviéramos a la primera, no podríamos quejarnos si al venir de nuevo al poder el partido conservador restaura el referido Código de 1876, a menos que restableciera otra Constitución me- [963] nos conforme con el progreso moderno. De manera que sobre la conveniencia de la estabilidad de la ley fundamental no debe caber duda de ningún género.

Yo repito que quiero la Constitución del 76 como legalidad vigente, y aplicaré dentro de esa Constitución todos los principios políticos consignados en la Constitución del 69, porque declaro que esos son los principios que profesa este Gobierno. (Aplausos.) Y ya ve el Sr. Martos como allí y como aquí caigo siempre del lado de la libertad: no hay más en esto, sino que ahora no tengo que procurar tanto por la libertad, porque afortunadamente para ella y para mí, la estoy realizando. Pero no tenga duda S.S.: yo, en la oposición y en el poder, caigo y caeré siempre del lado de la libertad, porque mis ideales, téngalo presente el señor Martos, mis ideales son la Patria y la libertad; que no hay Patria sin libertad; y como único medio de realizar estos grandes ideales asegurándolos y engrandeciéndolos, la Monarquía constitucional. (Aplausos.) [964]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL